Después de tres días de retraso, algo inédito en mí, y de un enfado monumental con Omifin y toda su familia, vuelvo poco a poco a la normalidad y a la realidad de mi infertilidad.
La odiosa de rojo tardó tres días, 72 angustiosas horas, en dignarse a visitarme. Y sí, lo reconozco, me hice ilusiones, muchas ilusiones de hecho. Y no fuí la única, medianaranja también estaba imaginándose ya dando la noticia por fin a sus padres. Pero todo eran castillos en el aire, lo confirmó el test de embarazo negativo que os colgué hace dos días, y un poco después la llegada de la regla.
He estado enfadada, muy enfadada con el mundo estos días. Bueno con el mundo, y conmigo misma también. Porque no estaba dentro de mis planes ilusionarme, no de momento, no hasta enero que es cuando empezamos con FIV. Estos meses que tengo por delante iban a ser para relajarme y mentalizarme, para nada más. No me esperaba tener un retraso y mucho menos necesitar un test de embarazo para salir de dudas.
Porque lo cierto es que al segundo día de retraso me estaba comiendo las uñas. Quizá os parezca demasiado pronto, exagerado incluso, pero es que NUNCA había tenido un retraso. No paraba de decirme una y otra vez que sería por el Omifin, que no debía hacerme ilusiones. Pero a la vez, mi yo experto en fertilidad e infertilidad no paraba de repetirme que si ya habían pasado 14 días desde la última ovulación, la regla debería haber aparecido ya... Un sin vivir y una vez más el sube y baja de la montaña rusa emocional que tanto me desgasta en todos los sentidos.
Así que después de ver el negativo, otro más para la lista, y de esperar un día más a que me bajara la regla, pues me ha costado quitarme de encima mi cara de moco y mi enfado. Pero bueno, poco a poco estoy mejor y voy cogiendo fuerzas para el año que viene, que parece que queda lejos y no, está a la vuelta de la esquina. Dos reglas más y nos pondremos manos a la obra. Sólo queda esperar y cruzar los dedos para que 2016, sí o sí, sea por fin nuestro año.
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